La manera más rápida de llegar hasta Fiorela era siguiéndola. Román respiró
profundamente ese hedor que reinaba dentro de la cueva, al que ya estaba
acostumbrándose y saltó hacia lo profundo de la laguna oscura.
Consiguió meterse tanto hacia abajo a fuerza de nado, que su cabeza casi
explotaba de presión. Volvió a flote y mientras respiraba, razonó que como
espíritu no era lógico que necesitase respirar. Se hundió una pizca para
experimentar. Relajó la respiración bajo el agua, abrió la boca y... Por poco se
ahoga. Tosiendo, escupiendo líquido desde su espiritual tráquea, braceó unos
cuantos metros hasta volver a la orilla.
¿Pero entonces no era espíritu? Volvió a mirarse dentro. Se veía transparente,
como fantasma de película. |
—¿Y los espíritus respiran? —no entendía bien. Tal vez así fuese. Nadie que
hubiese conocido cuando aún era de carne y hueso podía aseverar lo contrario, ni
los más expertos profesores de la universidad, ni siquiera los sacerdotes y
religiosos. La realidad espiritual que iba de a poco conociendo era
absolutamente nueva.
“Soy como un niño cuando nace” pensó.
Mientras estaba sentado con los pies mojados en la ondeante margen del espejo de
agua, una de las luces que recorría lo profundo de las estalagmitas que formaban
el suelo allí, emergió tímidamente y volvió a ocultarse. Pero ese momento de
claridad, le permitió reconocer una zona distante donde brotaban burbujas.
De inmediato se echó al agua y comenzó a nadar.
Continuar
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