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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 41)

Sería demasiado esfuerzo para ese espíritu fatigado. Caminar y trepar era una cosa, pero aguantar la respiración hundido en aquella oscura laguna subterránea, era otra muy distinta.

Con empeño Román se puso en pie. Para atrás, alejándose de la orilla sólo aparecía hueco negro, pero hacia la derecha, como a cien o doscientos metros, el terreno desaparecía.

Nuestro amigo aceleró en esa dirección. A medida que se acercaba, iba haciéndose visible una lomada curva bastante pronunciada.

En cuatro patas, de a gatas, fue descendiendo con la esperanza de hallar algún pasadizo que condujera debajo de la laguna. Resultaba muy dificultoso escudriñar el lugar sin una linterna. Como en otras cavernas que Román conocía, reinaba un oscuro absoluto.

—Román... —con un timbre lejano llegó aquel zumbido a sus oídos.

¡Tenía que ser Fiorela! Fue como recargar las pilas. El viento fétido que soplaba, ese hedor caliente y casi fecal, ahora alía a rosas. La voz provenía de más abajo. Apresuró el gateo aunque la pendiente descendía pronunciada.

Palpando a tientas, logró meterse por la boca ovalada de un corredor por el que apenas cabía. Golpeando con los omóplatos contra la roca que hacía de techo, continuó avanzando.

—Hola —gritó y en seguida reverberó un eco enfrascado, cual si hubiese hablado dentro de una lata de arvejas.

—Román... —volvió a escuchar—. Por aquí; por aquí abajo. Ajo, ajo, ajo... estiró el eco.

El corazón de espíritu latía con fuerza. Alma y bobo eran uno. Cada bombeo de sangre repartía energía hasta por los rincones más alejados de Román fantasma. —Ya voy, mi amor. Seguime hablando así puedo orientarme. Tarme, tarme, tarme...

Fueron como diez minutos. Una arrastrada de costado, otra panza al suelo por un pasaje demasiado estrecho y por fin la cueva se ampliaba y Román pudo bajar y abrazarse con su esposa.

Eran como dos espectros cristalinos que se unían.

—La caverna sigue hacia abajo —adelantó Fiorela—. También hay una zona amplia cubierta por una esponja blanda y verde, que respira o se mueve como si respirase. yo no me atreví a tocarla...

¿Qué harán?

Ir a ver qué es esa esponja inmensa que relata Fiorela

Tratar de continuar el descenso

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