Con la esperanza de reunirse arriba con Fiorela, Román emprende una firme
carrera hacia el túnel con piso amarillo-dorado.
Dentro, las paredes seguían viéndose cristalinas y un aroma a fresas resonaba
sabroso. El suelo resultaba terso y brillante como el oro. Román se agachó para
tocarlo. Podía hacerlo, a diferencia de aquellos tablones que no había logrado
patear por más que se concentrase y concentrase.
Algo allí dentro infundía seguridad.
Avanzó. Cruzó entre siete y diez recodos. El diámetro del remolino, al contrario
de achicarse iba ampliándose. Entró en una recta interminable, a los lados Román
podía ver las capas más altas de la atmósfera detrás del velo transparente que
envolvía el pasadizo.
Más adelante, nuestro amigo encontró una gigantesca sala de la que partían
interminables túneles más pequeños. Hacia arriba, hacia abajo, a los costados,
hacia atrás... cada uno más pequeño que el remolino original pero de la misma
tonalidad amarillo-dorada.
Se acercó un poco más. Todos los accesos tenían carteles, con inscripciones que
no llegaba a entender.
Junto a uno angosto, que anunciaba algo así como “λζЖБЏ‡◊Б”, halló otro más
grande que sí podía leer. Decía...
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“TERRÍCOLAS POR AQUÍ”
Hizo caso al anuncio y prosiguió su viaje hasta otra sala también inmensa. En
esta no encontró nuevos túneles sino puertas. Todos los cartelitos se
comprendían. En el centro, aparecían cuatro accesos algo más marcados que el
resto, como ubicados de manera que el elector no se equivocase de boleta en el
cuarto oscuro, al momento de votar, Los títulos, grandes y bien legibles decían:
“JUDÍOS”, “CRISTIANOS”, “MAHOMETANOS”, “BUDISTAS”.
Le llamó la atención también otra puerta, de color claro aunque pequeña como la
mayoría. Ésta anunciaba: “ATEOS”.
¿Por donde continuar ahora...?
Román entra por el acceso para judíos
Lo hace por el acceso para cristianos
Toma la entrada para musulmanes
Escoge la de budistas
Se atreve a entrar en la de ateos
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