¿Y qué tal si aquel enorme piletón de aspecto inofensivo, era una especie de
purgatorio para las almas? ¿Qué tal si todos entraban pero nadie podía salir?
Con cuidado de no resbalarse, dando cortos pasitos Fiorela avanzó por el
corredor lateral. Transpuesta la zona de baño, el remolino de espíritu con piso
turquesa continuaba.
No llegaron a transcurrir ni mil pasos más.
El pasadizo terminaba.
Delante solo había estrellas, como si fuese un altísimo observatorio; un cordón
umbilical del planeta que lo mantenía alimentado de su madre, el espacio
intergaláctico...
|
Fiorela podía regresar sobre sus pasos o saltar, pero no hizo a tiempo... La
inercia de sus pasos, el constante caminar y caminar como peregrinando a Luján o
a la Meca, le evitaron detenerse y sin darse cuenta, nuestra amiga pisó fuera y
cayó al espacio.
Era como si hubiese gravedad. Realmente caía hacia un abajo, que no era el abajo
terrícola sino el abajo cósmico.
Aunque sentía miedo, también disfrutaba el paisaje en derredor. Estrellas,
galaxias, quásares, nebulosas de colores, cometas de enorme cola luminosa...
Cayó y cayó. Hasta llegar al patio.
Continuar
|