Román apretó con fuerza el pulsador azul.
—¿Es que no hay límite? —el contador ya tenía tres dígitos y avanzaba sin parar,
más rápido cuanto más fuerte lo presionaba.
Estaba por algo así como treinta y dos mil y el cansancio o la distracción lo
llevaron a apoyarse sobre la barra verde.
El aparato entero desapareció y nuestro amigo de enorme harén fue proyectado en
un viaje tubular y recto, hacia no sabía dónde.
¡Floap!
Román apareció al centro de un profundo panal.
¡Era la abeja reina!
—¡Pero yo no quería esto! —protestó.
—Es el único Paraíso posible para semejante cantidad de cónyuges —explicó una
voz gruesa y profunda...
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