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DESPUÉS DE AQUELLA TARDE (pág. 26)

Despertó igualmente cansado.

Cada grano de arena se movía bajo su piel de espíritu. “Soy traslúcido” pensó y sin hacer mucho esfuerzo torció el cogote para mirar a través de su brazo derecho.

Aquello no parecía arena... Los pequeños cristales se mantenían algo separados entre sí.

—Uhm... aah... —Román dio media vuelta y se acomodó en cuclillas para observar el extraño suelo. Los granos de supuesto sílice eran como puntas, extremos superiores de lanzas. Mirando desde cerca, con la vista casi pegada al piso, se abría un panorama extrañísimo. Entre las lanzas había vacío, o precipicio. No se trataba de lanzas sino de estalagmitas, altísimas, descomunalmente altas estalagmitas, picos de piedra que emergían de algún lejano lecho rocoso y todas juntas, muy juntas y alineadas, formaban esa especie de superficie arenosa.

¿Pero entonces qué era lo que se movía?

Volvió a ver y nada lo hacía. Cada punta de estalagmita permanecía quietecita allí donde estaba. Mas igualmente se percibía movimiento.

Escudriñando con paciencia, apoyando su rostro sobre la superficie, nuestro amigo percibió luces que cada tanto salpicaban los troncos estalagmíticos. Venían de lo profundo, tal vez de la cueva que tendría que haber debajo.

¿Entonces eso no era el infierno? ¿Qué sería?

Román recordó que Fiorela no había salido a flote, por lo que imaginó que tal vez existiese alguna corriente submarina que la hubiese succionado y lanzado a otra parte más baja de la caverna. Con suerte estaría ahora respirando y sólo algo asustada.

Estaba bastante cansado pero era momento de investigar.

Volver a sumergirse y buscar la entrada al supuesto y río subterráneo

Alejarse de aquella zona caminando y rastrear algún pasadizo para llegar a la probable caverna inferior donde puede encontrarse Fiorela

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