Despertó igualmente cansado.
Cada grano de arena se movía bajo su piel de espíritu. “Soy traslúcido” pensó y
sin hacer mucho esfuerzo torció el cogote para mirar a través de su brazo
derecho.
Aquello no parecía arena... Los pequeños cristales se mantenían algo separados
entre sí.
—Uhm... aah... —Román dio media vuelta y se acomodó en cuclillas para observar
el extraño suelo. Los granos de supuesto sílice eran como puntas, extremos
superiores de lanzas. Mirando desde cerca, con la vista casi pegada al piso, se
abría un panorama extrañísimo. Entre las lanzas había vacío, o precipicio. No se
trataba de lanzas sino de estalagmitas, altísimas, descomunalmente altas
estalagmitas, picos de piedra que emergían de algún lejano lecho rocoso y todas
juntas, muy juntas y alineadas, formaban esa especie de superficie arenosa.
¿Pero entonces qué era lo que se movía?
Volvió a ver y nada lo hacía. Cada punta de estalagmita permanecía quietecita
allí donde estaba. Mas igualmente se percibía movimiento. |
Escudriñando con paciencia, apoyando su rostro sobre la superficie, nuestro
amigo percibió luces que cada tanto salpicaban los troncos estalagmíticos.
Venían de lo profundo, tal vez de la cueva que tendría que haber debajo.
¿Entonces eso no era el infierno? ¿Qué sería?
Román recordó que Fiorela no había salido a flote, por lo que imaginó que tal
vez existiese alguna corriente submarina que la hubiese succionado y lanzado a
otra parte más baja de la caverna. Con suerte estaría ahora respirando y sólo
algo asustada.
Estaba bastante cansado pero era momento de investigar.
Volver a sumergirse y buscar la entrada
al supuesto y río subterráneo
Alejarse de aquella zona caminando y
rastrear algún pasadizo para llegar a la probable caverna inferior donde puede
encontrarse Fiorela
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